Vaya… te deseo como un
hueso punzante, afilado por el roce de la piel, que trasluce, que desmiembra poco
a poco el aguijón de tu cuerpo. Siempre a mi lado, cerrando los dedos, como líneas
de un pentagrama en mi espalda, cargando de húmedo aliento frío esas palabras
casi hirientes que no me dejan aflojar la guardia.
Quisiera que fueras
inmediata, como el pensamiento que aparece diáfano en mis ojos cuando te
pienso, pero no lo estas, ni tu nombre se carga de alegría al despedirse de mi
boca, tampoco responderás a un número desconocido que en la madrugada
interrumpe tu sueño ajeno, menos aún te percatarás de mi intención que guardada
en una mirada de acecho se disuelve en tu pasividad.
Vas hiñendo mi
esperanza con despreocupación, soltando en una carcajada todo el aire,
dibujando cenicienta un dolor del que no te percatas, no podrías soportar que
fuera de otro modo.
Rasgar en tus ojos el
color vivo de mi dolor, hacerte ver que aquí, hay algo más, algo por descubrir
y un mundo en el que bregar no es una opción. Desaliñada a modo inconstante, estrellando
ilusión y ganas, resucitando en la flaqueza del ideal pero que más da, si una
vez atingiendo el elemento primo. Te vas. Dejando manos abiertas al trabajo,
cara al sol.
Es mi anhelo, la fe
fundamentada, erigida en los pasos de la consciencia y la realidad práctica, un
movimiento ondulado hacia el futuro, en el que espero, valles de reposo y
crestas de fuerza. Sin embargo este soliloquio nocturno no dará fruto.
Sr. Mono Azul.
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