miércoles, 21 de septiembre de 2011

Un término que no termina.

Quisiera empezar diciendo como otras muchas veces, hoy, pero hoy ha decepcionado extrañamente mis intenciones.

Me disponía recostado en este hastío situacional que me arropa la villa de la niebla, a sumergirme una vez más en los campos de la definición del sentir, quería encontrar una palabra, un término que no termine con el significado de lo que yo, nosotros, hacemos.

He pensado en los poetas, siempre románticos, el que no lo sea aunque solo sea en su intimidad no es digno de tal honor, pero los concibo ensoñadores, lejanos a mis palabras a mis preocupaciones. Elevan su espíritu de forma única para su única gracia, ingenuos los que pensamos que lo hacen para calmar nuestra sed de respuestas vitales. Se me antojan despreocupados de los pasos de los mortales, ellos con sus palabras eternas juegan con el destino y con el futuro dejando de lado todo lo que sea maculado por el inmediato ahora.

He cortejado, también, a los artistas, pero lo que conozco hoy por ese nombre dista en mucho de lo que hago. Se divierten en la farándula, olvidan que son impunes al juicio de los hombres y se venden a sus gustos y rabietas. La comunidad no entiende, no quiere saber, lo que el arte es. Se escabulle de su intelecto y juega al escondite con el buen juicio. Si algo deben los artistas a este mundo, es la vida y deben saldar esa deuda marcando las líneas maestras de la cultura y colocar las cornisas más altas del pensamiento, pero no, otra vez no. No soy un artista pues.

La erudición intelectual me resulta extremadamente fría, observo a los eruditos como grandes contenedores de información, con pluma en vez de corazón y tinta en lugar de viva sangre. Cierto es, que ante ellos aparece el impresionante puzle del conocimiento y en ellos está la capacidad para poner orden a esas piezas, pero permitidme decir que en mi cabeza, aún joven, solo se alberga lo necesario para pensar con claridad.

Los escritores, en ese mundo que nos lanzan lleno de café, nocturnidad, cigarrillos y soledad, están perdidos. Llenan interminables hojas de pensamientos, historias, sueños y ni una brizna de verdad. Cabalgan en su destierro personal por las llanuras de la autocomplacencia esperando al ilustrísimo juez, Don Tiempo que les dará la razón, que dirá que su vida no fue en vano y que eran excelsos caballeros de la literatura y sus contemporáneos no los supieron apreciar y los ignoraron. Puede ser, pero dime, confiarías tu vida entera a un proyecto cambiante, impredecible y eternamente inconcluso como es la sociedad humana? Al menos yo, no lo haría.

Así que sigo son saber que soy, que palabra me encaja y me permite reposar en sus delicadas curvas de letra.

Quisiera saberlo…Queridísimas Musas, vuelvo en 5 minutos.

Sr. Mono Azul.

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